Coordenadas del Silencio

El artista manipula la materia del silencio

El espacio “vacío”, la hoja blanca.

La mano contiene el pincel con finos hilos sin color … sin tinta.

La tinta negra espera, el silencio impera como indicador de un momento de concentración.

La mano recorre el espacio y construye un movimiento, rasga el vacío.

Los finos hilos de un pincel concentrando la tinta líquida dibujan su movimiento en el papel. Y …, en el silencio, se oye su rozar sobre el papel suave, creando manchas negras prometedoras de ideas que serán el principio de imágenes grabadas sobre una matriz.

Con su saber el artista construye la matriz, utilizando el pincel con barniz translúcido y polvo metálico que con su textura y rudeza reluciente simula la mancha negra del pincel con tinta, a través de la capacidad de reducir a lo esencial elimina lo superfluo. Es el proceso de transformación del espacio vacío como síntesis de su imaginario.

La mancha texturada se llena de tinta espesa y aceitosa, negra. Su densidad agarrada a la matriz bajo la presión de los fieltros blandos y de los rodillos lo transfieren al papel …. En un movimiento lento el papel surge ahora con un nuevo gesto, invertido, e impreso, con la marca de las marcas de la textura, de una nueva pincelada negra en contrapunto con el blanco del papel, el blanco del espacio donde se vive.

Antonio Navarro crea sus imágenes en el silencio del taller con el silencio de la monocromía, para ser disfrutadas en la alegría de un nuevo “silencio”, el silencio necesario a las lecturas del espectador que remiten a un proceso creativo introspectivo.

El color negro en su monocromía vive también en el espacio de la sala, suspendida por finos e invisibles hilos, en la naturaleza de la negritud de pequeños trozos de carbón. Trozos de carbón que dibujan nuevas formas en el aire y que fijos invitan a una lectura en movimiento del espectador para una percepción de la forma o de nuevas formas, de nuevas imágenes, de otras manchas, de otras sombras, de otros negros, como una caligrafía oriental en una escritura que se repite infinitamente, pero que nunca es igual.

Las imágenes silenciosas reflejando la búsqueda incesante del artista, una búsqueda de las formas que mejor comunican en el tiempo el contenido del ser humano que, conscientemente dando énfasis al misterio, se expone en el despojamiento que revela la más profunda armonía.

Comisaria Manuela Cristóvão

El espacio expositivo del patio del Museu de Évora-Museu Nacional Frei Manuel do Cenáculo, acoge la que hasta ahora es la instalación de mayores dimensiones realizada por Antonio Navarro.

Coordenadas do Silêncio  8º34’21’’N 7º54’26’’O, aborda un espacio compleja al aire libre, donde 17.000 m de hilo sedal suspenden en el aire 400 kg de carbón  soportados por  una red a 14 m de altura.Un trazo ingrávido de este a oeste atraviesa el patio del Museo donde 2100 cabos anudan los carbones  taladrado pieza a pieza convirtiéndose en nuevo en un acto de meditación, de Silencio, hilvanados cabo a cabo in situ, habitando un espacio que dialoga con el artista, convirtiéndose en una eterna letanía de recogimiento silencioso.

Consideramos el discurso expositivo como un concepto fundamental en la práctica artística contemporánea, conformándolo como una acción integradora de pensamiento artístico  y acción desarrollada en un lugar, que integra la teoría y la práctica. No resulta fácil definir qué es un proyecto expositivo, qué es proyectar un discurso artístico, entre otras razones, porque el concepto es muy amplio.

La aparición del concepto de proyecto expositivo en el que intervienen espacio y tiempo, tal y como lo entendemos en la actualidad, tiene su origen en las primeras manifestaciones de la modernidad. Este concepto de proyecto, en el cual el espacio expositivo empieza a ser clave, como hemos dicho desde los inicios del arte moderno, no significa que no existiera desde el inicio mismo de las manifestaciones artísticas, pues en todas ellas el nivel de conceptualización es innegable y la necesidad de un plan en la realización de cualquier obra de arte es un paso necesario e irrenunciable. Como ya manifestamos, el proyecto requiere de una intención, una voluntad de hacer que está presente en toda obra y más aún en cualquier manifestación artística con método para llevarlo a cabo. Intención y método que se hacen más imprescindibles cuanto mayor es la complejidad formal y material de la obra a realizar. Nos encontramos ante un ejemplo claro de proyecto expositivo en el que se conjugan desde el principio una parte conceptual unida a una procesal  muy contundente.

El proceso de creación en arte es significativo y la obra es un momento de cristalización de un proceso discontinuo. La obra evoluciona, se transforma en todos los momentos del proyecto y a diferencia de la ingeniería, la arquitectura o el diseño, tras su finalización, continúa transformándose adaptándose al contexto, al momento, etc.. Pero el proyecto expositivo y su discurso siempre están abiertos a su revisión, hasta el punto de que, en ocasiones, desde ciertos planteamientos artísticos, se produce un rechazo inicial de la idea de proyecto expositivo, y se sustituye por una colocación improvisada de las obras -que más o menos funcione en tamaño colores y forma- que no responde necesariamente a reflexiones previas ni paralelas ni al mensaje que se le quiera transmitir al espectador, y donde la creación artística se produce en un continuo reajuste sobre la propia materia que da lugar a la obra final.

En todo proceso de transformación del arte, desde la actividad manual próxima a la artesanía hasta el trabajo con un componente intelectual destacado, el artista requiere definir unos principios de actuación, una identidad propia en su forma de hacer, en definitiva, un proyecto propio. En el caso de Antonio Navarro son innegables estas actitudes, sobre todo por la metodología de trabajo que aplica a la hora de materializar sus discursos expositivos, con los que invade y transforma el espacio elegido en un espacio de creación. Esta metodología traslada el taller del artista al lugar donde va a ser expuesta la obra, de manera que el espacio expositivo se convierte en escenario de la creación de la misma. De esta forma la obra se va confeccionando, se va redefiniendo, con las connotaciones espaciales lumínicas, sonoras y sensoriales intrínsecas al espacio

Después de haber tenido la suerte de ver trabajar a Antonio en su obra Silencios en la Sala La Capilla de la Universidad de Murcia -cuyo proyecto tuve la suerte de comisariar-, viví una experiencia única, siendo espectador en “silencio” de cómo en dentro de ese espacio iba surgiendo una forma plástica que se adaptaba perfectamente al mismo, compitiendo con la esbeltez de su entorno. Poco a poco surgía de la nada una nebulosa ingrávida que invadía y ocupaba el espacio protagonizando una escenografía de formas, vacíos y sombras que dotaban al espacio de una belleza silenciosa. El silencio, que es un concepto ligado por oposición al sonido, a lo sonoro, trasladado al campo visual, nos transportaba a su vez a un espacio “vacío”, a un silencio  espacial, roto por una forma que nos envuelve y nos aboca a disfrutar del espacio y de su silencio.

En esta ocasión, en el patio central del Museo de Évora en Portugal, Antonio vuelve a invadir otro espacio de silencio. La pieza artística es aún de mayor de tamaño, y mayor ese silencio que envuelve al espectador al contemplarla; bajo el asombro en su contemplación, uno toma conciencia de ese equilibrio inestático entre el espacio invadido, la forma que surge de éste y la paz que inspira su Silencio.

Paco Caballero.

Silencio

La respiración restablece la cadencia de un cansancio milenario. Las cuerdas vocales se alargan como si convocara ángeles o mensajeros por dentro de la memoria. Se celebra el tiempo inagotable. Nuestras manos no encuentran otro lugar que no sea a lo largo del cuerpo. Caído. Una incógnita energía los arrebata y los dedos se atreven a moverse. Poco a poco. Cada gesto tiene la duración de la edad del mundo. Se acercan las primeras aguas y la emanación de la mañana.

Los sonidos blancos se descuidan y gotean en los hilos transparentes que una bóveda celeste oculta. El soplo de una granada que al abrirse deja en las manos la sangre de la infinidad. Creemos dedicar las cuerdas de un arpa o tocar el velo de la inocencia. Nada está de más. El silencio libera y llena el espacio a cada punto del pecho. Los hombres son pequeños dioses inmortales de mirada cristalizada. Carbones negros cuelgan como pupilas, más o menos dilatadas, como músculos que se contraen o se relajan al sabor de la luz. La tierra comienza y termina la rotación en cada uno. Hay soles que se olvidan de dormirse y desplazan las sombras.

Sólo el silencio nos cuestiona como un ave inmóvil. Espera el tiempo esencial en un río de aguas mansas. Es en esas aguas dónde lavamos nuestras manos y purificamos el alma como árboles secos. Meditamos. En el silencio. Dentro del silencio. Un viaje nos transporta a la grandeza del alma. De las huellas digitales brotan raíces. Un día seremos musgo. Y seremos luz. Un supremo silencio levantado en lo íntimo de un templo que las manos de un maestro concibieron.

María Alonso

Antonio Navarro: Cartografía y contemplación de la lucidez

Deberíamos mirar a la luz, observar la oscuridad con sus intactos meandros. Lo inextinguible innumerable mientras oscila como un soplo una brizna de polvo que humedece los dedos. En ese instante, los ruidos del mundo aumentan agotando sus mecanismos, devastando el temerario equilibrio de las sombras, el agudo boceto de un paisaje en sutil descenso.

Quizás por eso, el silencio apenas palpite en su aprendimiento de la negrura que resbala por las paredes donde se demora la ceguera que invadirá la tristeza primordial de las cicatrices. Lo que se absorbe inaugura, así, lo que se graba y transfigura difundiendo el tiempo como desastre o pecado. Una rarefacción.

En esa sutileza, Antonio Navarro, difunde y paraliza lo que le es otorgado en transparencia fiel, una silueta que acentúa el centro del mundo en el espesor singular de un resto de tierra, una textura ardiente como la lámina o la arcaica atmósfera –un estremecimiento en rotación opaca. Una lejanía.

Sus piezas desentrañan esa ciencia antigua, ese halo de asombro, vestigios de lo invisible que regresan al origen del fuego o al brillo de las estrellas. Breves núcleos que unas arduas manos soportan luminosas y en las que se fecunda e imprime el implacable péndulo de luz. Un dolor que debe darse a conocer.

En ese arrebato u ofrenda, Antonio Navarro, consagra el cuerpo perdido de dios, descubre lo sensible, la soledad acuosa de la mirada como lujuria y júbilo magistral –una ofrenda a los huesos de la lengua donde se crea un espacio de luz.

Observamos y, en la intimidad de estos vestigios sonoros inclasificables, suavizamos la mirada.

Un ínfimo aliento extiende un halo que devuelve a la materia aquello que se extingue en el oído. Empeñamos la piel como pulpa sin contención, como mármol donde proteger lo que el negro expande en ese lugar, y pesa nutriéndose de nuestra insólita inmovilidad –como si nos acercáramos a un abismo táctil, una evidencia de un pensamiento, de un enigma que convoca al olvido o a la niebla del alma en su palidez mientras se desgarra.

Antonio Navarro consigue que la lentitud perdure, lo que brilla a contraluz consigue consumir el tránsito sagrado de las partículas que despiden nuestro empeño de espectadores –consigue que comparezca la exactitud de aquello que es perenne como si una máscara fuese un ancla donde ocultar el rostro.

Lo que nos está permitido ver es el sentido de pérdida, de un cuerpo en crisis en oposición disociada con el otro en deformación y en búsqueda de un receptáculo donde escenificar un flujo de sangre, un poco de saliva que todo lo una y donde la mirada se anuncie como metamorfosis acústica y sea un lugar de evidencia u hogar humilde de un mensaje sin censura ni indiferencia.

Ese ímpetu de luz que nos es regalado es cuanto basta para que el mundo, exacto, sea una vibración. Es como si se tratase de un oficio voraz o maternidad en sigilo –un arcano que penetra en el cuerpo como un cincel e inunda de gravedad los músculos para que la luz, oriunda de ese lugar, opere y restituya al silencio su fulgor y vigilia.

Con Antonio Navarro contemplamos la claridad más espesa de nuestra purísima soledad. Sujetamos en los labios un escalofrío. Un índice que nos devuelve la ignorancia y el errar de la melancolía. Una inexorable tabla donde naufragar.

Las esculturas de Antonio Navarro, de una rigurosa intransigencia, transgreden al esclarecimiento, son como pulmones expulsando el aire, devolviendo al viento las simientes súbitas de una melodía inevitable.

El silencio es un lugar donde la luz permanece edificando feliz la labor de las sombras, un desnudo que se asusta del viento, brilla sin ausencia ni penurias, arde aleteando en la profundidad blanca de una palabra – el silencio que Antonio Navarro crea, en el recogimiento de su mano, es una partitura herida, un presentimiento urdiendo la muerte – el surco más breve que ilumina la lucidez.

Jorge Velhote

Traducción de Montserrat Villar González

Y entonces…

entones y sólo entonces

el silencio se agrietó

y de sus entrañas brotó el eco

¡Cuánto amor desparramado…!

¡Cuánta lágrima vertida…!

¡Tantas palabras acumuladas…!

¡Tantas por pronunciar!

No romperé tu silencio

No ahora, ni nunca.

Amo la belleza de sombras y ecos, el mecer violento de las olas, la huella profunda de miradas entrelazadas.

Navega sin cesar marinero, tu sombra no ha de permanecer quieta. Con mirada glauca te adivino, entre brumas de niebla que pronto se desvanecerán.

El amor es caprichoso, pero eterno. Y juguetón. Gusta de ausentarse y viajar quién sabe a dónde. Quién sabe a quién. Quién sabe quién..!!!

Begoña Muñoz

Antonio Navarro en el hortus conclusus

Los claustros medievales conforman uno de los mayores legados patrimoniales de la vieja Europa, pero no son, a diferencia de las unidireccionales galerías cubiertas de hierro y cristal finiseculares, espacios para el paseo y el ocio; aquellos se perfilaron a través de sintéticas geometrías hasta completar sus cuatro pandas dejando siempre un patio en su interior donde se situaban  un árbol sagrado y un pozo. Sin embargo, sus líneas se implementaban con una suerte de elementos historiados que expandidos por la superficie de capiteles, ménsulas y machones, se unían a otros ya relacionados con el ámbito funerario, función que también cumplieron por siglos estos lugares. En los claustros se logró crear un universo particular cuyo desciframiento y entendimiento completo estaba reservado al alcance de unos pocos, dada la complejidad de lo que entrañaban. Son hoy casi espacios arqueológicos, desconectados de forma irremediable de los códigos de un tiempo que ya no es el mismo. Esos recintos fueron concebidos en directa relación  con las cátedras de enseñanza de los textos sagrados, y permitían ante todo la meditación. Lamentablemente, en muy pocas ocasiones han llegado al presente los espacios de los scriptoria donde se copiaba, procesaba y pensaba acerca del conocimiento anterior y actual de cada momento.

A Antonio Navarro (Creon, Burdeos, 1966) le interesan esos espacios generados por la religión cristiana que le aportan unas innatas cualidades de paz y sosiego, propicias para articular su alegato artístico, provisto de una profunda carga emocional. Intenta este autor habitar tan densos ambientes con extremo cuidado, en aras de lograr mantener en todo momento la sintonía con lo que se encuentra. Ejecuta así mediante sus site specific una relectura de esos lugares y contribuye con sus creaciones a actualizarlos temporalmente.

Empeñado en concebir complejas estructuras, éstas son en realidad proyecciones o expansiones de su principal querencia: la obra gráfica. También las corporaciones eclesiásticas hacían uso de la representación plástica en los claustros para hacer inteligible su ideario, acentuando la sobria geometría previamente trazada, en realidad un soporte para narrar una historia.

Navarro continúa con esta monumental e impactante pieza intitulada Coordenadas del silencio. 8º34’21’’N7º54’26’O la línea de pensamiento esbozada en una serie cuya anterior estación estuvo en junio pasado en la nobiliaria Capilla del Solar de los Póvoa en la localidad portuguesa de Guarda, muy cercana a la provincia salmantina en que vive y trabaja el autor, que presenta frecuentemente sus trabajos a lo largo del ámbito geográfico ibérico, propio de esa zona fronteriza. Otros capítulos de este itinerario silente fueron instalados en diferentes espacios expositivos del levante español a lo largo de los dos últimos años.

De este modo, la última nota de Silencio se ha trazado en otro lugar de singular personalidad histórica, igualmente impregnado de un acervo religioso: el patio del Museo de Évora. Ubicada en el corazón del antiguo palacio episcopal, colindante con la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción, dotada además de un magnífico claustro bajomedieval del 300, la obra sobrecoge por sus dimensiones y caída al tiempo que por lo que genera en su interrelación con el espectacular marco arquitectónico que la contiene. Reemplaza además el tradicional silencio del lugar por un paisaje sonoro diferente, resultante del movimiento de cientos de fragmentos de carbón que coloca suspendidos, tocándose entre sí.

Así, Antonio Navarro ha instalado hasta cuatrocientos kilos de carbón y otros nueve de bolitas de plomo de 0,3 mm para sujetar cada uno de esos minerales que de forma tan plástica remiten, en última instancia, a las manchas tridimensionales de sus prolíficas series de estampas, donde nuestro autor todo lo origina. Logra ahora que esas manchas puedan circundarse y el soporte no es ya un inmaculado papel sino el espacio que alumbran las líneas de la arquitectura claustral. La percepción de ésta, vibrante y dinámica, va modificándose al paso del espectador. Parte del trazo mismo de tinta grabado inicialmente y que ahora hace flotar en el aire de la sala, repleta de minerales. Este artista salmantino persigue la tridimensionalidad para aquellas series de estampas previamente gestadas, que son en realidad los verdaderos bocetos de lo que despliega en Évora.

El proyecto arrancó hace cuatro años en paralelo a Fugaz, donde meditaba acerca del tránsito, del viaje, de sus incursiones por las más diversas geografías y su particular visión de cada lugar. El freno a aquellos itinerarios son sin duda estos trabajos que encierra, contiene y por tanto intensifica, pues siguen colmados de un movimiento emotivo que caracteriza a toda la obra de Antonio Navarro, quien convierte esos claustros y capillas en verdaderos caleidoscopios donde mostrar una realidad nueva.

Juan Carlos Aparicio Vega

El silencio de Antonio Navarro 

Me gusta enfrentarme al silencio, al concepto, a la idea, a la forma, al sonido que no tiene y a su representación, si se deja. Resulta algo sutil y resbaladizo a la hora de, si acaso, intentar definirlo.  El solo planteamiento de su existencia resulta todo un desafío a la realidad que nos ha tocado vivir, donde a malas penas, el ruido y el bullicio que permanentemente nos acompañan, permiten una pequeña introspección, o nos dan una tregua para tener siquiera conciencia de que si, de que el silencio existe; existe en su calidad de elemento evocador; de ente aislante de la mezquindad  vacía y de medio hacia la verdadera realidad, hacia la pureza en su único estado; de reflexión pasada, presente y futura para interpretar sencillamente lo inaccesible, lo desconocido (que no tiene porqué ser necesariamente el ostracismo de nosotros mismos) sencillamente porque no nos damos cuenta, porque no queremos verlo ni saberlo, porque nos da miedo reconocer que el silencio está en todas partes. Si, así es, está a tu lado, al mío, en ti, en mí, donde mires, si quieres lo puedes ver.

Antonio Navarro se atreve en su extrema osadía, a dialogar con el silencio, a traspasar las barreras de lo permitido (o de lo deseablemente permitido), creando con ello una situación muy especial porque éste le responde no en su languidez, sino en la profunda contundencia de su presencia. Su obra, resulta ser la epifanía de esa aproximación (al silencio) con resultado feliz, quizás, porque consigue darle forma y éste (el silencio) agradecido le complace. Se muestra inmune, seguro, digno, suficiente, majestuoso, ante los que tanto le han ignorado y los que tanto le han buscado sin encontrarlo. Ahora está ahí para todos, sin discriminación alguna, y las respuestas están en las pupilas de los espectadores, que asombrados siguen la imagen, la sombra, la luz, la evocación, la música que el silencio de Antonio Navarro nos transmite en su obra.

Sí, Antonio Navarro desafía al ruido y al bullicio, callándolos y reduciéndolos al silencio, dejando que éste sea el protagonista único de un espacio, pourquoi pas? robado, si, robado para ser re-creado en otro entorno, en otra atmósfera, en otro sitio donde cualquiera lo pueda sentir, si quiere, o le pueda preguntar si lo que quiere es hablar con él, como hace nuestro artista. Él interpreta el silencio, su silencio, para que lejos de estar callado, nos hable desde su mudez, desde su inquietante existencia, dejando que permanezca inalterable a su propia presencia, en lo que podría parecer un juego, pero que no lo es, nada más lejos de la realidad. Es  el encanto de lo increíble cuando se hace accesible; es la locura de hacer real algo que está, pero que no se ve; es la fuerza del sentimiento sobre la razón; es la emoción de la idea cuando toma forma; es la excitación de la vida que atrapa sin más; es el silencio de Antonio Navarro.

Pilar Escanero de Miguel

Profesora Titular Universidad Miguel Hernández de Elche.

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