La textura del silencio. Antonio Navarro Fernández
Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi propio mundo.
Ludwig Wittgenstein.
A lo largo de estos últimos años he centrado mi atención en el color negro como elemento de construcción en mi trabajo, tal vez porque como dice Theresa Pedrosa:
When an artist abandons color… all that remains is the essence, the strength of the stroke and the purity of the sign…
Cuando un artista abandona el color… todo lo que queda es la esencia, la fuerza del trazo y la pureza del símbolo…
Este proyecto: La textura del silencio, es la evolución natural de Silencio, propuesta presentada en La Capilla de la Convalecencia de la Universidad de Murcia en 2017. Desde entonces he seguido investigando desde distintos medios, con los cuales ampliar el lenguaje hacia otros soportes para formalizar obras que evidencian la desnudez del pensamiento construyéndose sobre la nada, claro que cuando digo nada, bien podría decir todo.
Quizás podríamos decir que el dibujo, como genuino vehículo del pensamiento y actividad creativa, está en alguna media relacionado con un grado de silencio. Este silencio vendría propiciado por la naturaleza directa y unívoca de lo gráfico, entre lo tangible y lo intangible. Este silencio no se refiere a una carencia de comunicación sino a un tipo de pensamiento no vinculado necesariamente a lo verbal y anterior a éste. El dibujo como manifestación muda, no en el sentido de carencia de la palabra, sino perteneciente a otra forma de revelar o comunicar.
Y cuando aquí se menciona el dibujo, se alude directamente a la creación artística, al quehacer cotidiano en torno al acto de forjar cada una de las piezas que se van construyendo sea cual sea su lenguaje, que en si vienen del trazo que surge ya sea sobre papel o cualquier soporte que pueda albergarlo.
Para mí, el silencio, es el marco que posibilita todo lo demás. Se escalona a lo largo del día entre palabras convirtiéndose en frontera entre un quehacer y otro, un espacio sin tiempo definido que permite transitar en pautas complejas.
La propuesta que presento está en cierto modo relacionada con el escaldachón, ese rayo de sol que atraviesa las nubes en un día de tormenta. Esa luz que produce calma, serenidad, en un espacio de ruido constante como el que nos encontramos en la sociedad contemporánea. Ruido acústico, pero también visual, bombardeados constantemente por imágenes, dónde solo queda el resquicio de cerrar los ojos para llegar al silencio. Cada una de las piezas se muestra ante el presente, sin más artificio que la acumulación ordenada de elementos, un búsqueda de ese escaldachón, que nos haga parar, observar y comulgar con silencio.
Como diría Verdier, no hay necesidad de comprender los ideogramas chinos para percibir la belleza del movimiento y alcanzar lo que Séneca denomina “la tranquilidad del alma”. Por lo tanto, simplemente invito a observar, dejar sentir la textura visual de cada uno de los elementos que conforman la obra, su voluptuosidad, beatitud, tal vez como refugio, dónde observar paisajes que surgen desde la memoria arcaica de nuestros antepasados tan lejanos como los habitantes de Lascaux. Si es, será, sino, tal vez sea en otro momento.
Desde el concepto del wabi sabi , analizo el uso de materiales “menos nobles” en las bellas artes: el carbón como elemento primigenio en la elaboración de grafismos por el hombre primitivo en cuevas como Altamira, Tito Bustillo… este material es utilizado desde el principio de acumulación, de repetición del gesto como elemento de meditación, un ora et labora permanente, que permite una atención plena en la construcción de las piezas que aquí se presentan. Algo similar ocurre con el papel de sulfito, el cual se rasga, se pliega, se deposita de manera ordenada sobre la base, permitiendo crear obras donde la rigidez visual de la pieza, se desarma con una brisa suave que rompe la construcción mental hecha ante la rotundidad del negro. El metacrilato crea un doble juego en base al uso de la superficie brillante o mate. Byung-Chul Han en La salvación de lo bello, nos plantea el hecho de que vivimos en la sociedad del brillo, dónde todo lo que brilla es bueno, una sociedad que centra su atención en el reflejo de lo que realmente somos, en contraposición en lo “mate” del carbón y el papel. Estas piezas permiten un reflejo que según la ubicación del espectador se deforma, tal vez en analogía con esa distorsión de la realidad basado en las redes sociales las cuales observamos desde la brillantez de nuestro smartphone. El metacrilato mate me permite regresar a la esencia de absorción de luz que se produce tanto en el carbón como en el papel, en esa búsqueda de un escaldachón, que nos permita detenernos aunque solo sea por un instante.
Antonio Navarro: Ir más allá
Lo más peligroso de la aparente Nada, del Vacío, es que, una vez visto por primera vez, no se deja de darle vueltas a lo que puede o no existir allí. Frente a la ilusoria pureza del lienzo en blanco, Antonio Navarro ofrece algo mucho más interesante: la posibilidad cuando todo parece agotado, la necesidad de explorar cuando ya existe una aparente conclusión. Todo parece estar completado y, sin embargo, nos aborda la inquietante sensación de que aún falta un poco más para llegar al fondo. Es, precisamente, en ese juego constante entre saturación y vacío, entre silencio y ruido de fondo, dónde la obra de Antonio Navarro forma una cartografía repleta de ideas y sensaciones por descubrir.
Ante las visiones que Antonio Navarro ofrece solo existen, como decía Didi-Huberman, dos opciones claras: darse la vuelta, negar la existencia de esa presencia que se abre, invitándonos a conocernos más a fondo, o aceptar que, en esa pérdida, inabarcable totalmente, importa más lo que nos mira que aquello que vemos. Si aceptamos, entonces, la segunda opción, seremos capaces de empezar realmente a ver, seremos capaces de comprobar como la mirada puede expandirse, llegando hasta límites que, aunque nunca se alcanzan, siempre se rozan con la punta de los dedos. Totalmente ineluctable, el silencio de Antonio Navarro es un ente en el que hay que sumergirse con calma, abandonando el enfrentamiento directo a favor de la observación meditativa, siempre activa, sin embargo. A través de ella, es posible ver cómo tras la pérdida, ya sea de figuración, de color, de aparentes significados… siempre hay más. Infinitos matices de negro que se despliegan al cruzar una sombra, ritmos y secuencias apreciables únicamente en su sutileza, forma y composición regidas por una ley escrita, pero imperceptible a simple vista.
Totalmente universal, con tintes de eternidad, la obra de Antonio Navarro queda como un ídolo perenne, inagotable. Encerrando sus secretos, existe únicamente para ella y, frente a ella, parece inevitable la sensación de que no somos más que intrusos, intentando desentrañar los posibles significados, infinitos por naturaleza, que pueden residir allí. Podríamos estar horas observando y, cuando tuviésemos la sensación de que hemos avanzado un poco, todavía seguiríamos muy lejos del destino. La lucha nos dejaría igual que a Sísifo, de nuevo en el punto de partida: no queda otra opción que dejarse llevar, viendo, a veces, con los ojos cerrados, caminando sin saber exactamente hacia dónde se va, con la esperanza de encontrar algo al otro lado, sin saber muy bien el qué. Tal vez sea ese el método: fracasar, aceptar la derrota, quedarse en la Nada, porque solo a través de ella es posible crear de nuevo, de la misma manera que es, a través de los silencios, el modo de configurar la música. La magia de Antonio Navarro no es otra que ofrecer a quién ve sus obras una invitación para explorar, para investigar y descubrir, a la vez que nos permite apreciar el propio proceso del artista, sus inquietudes y sus dudas.
Así, frente a sus obras, aparece nuestra sombra, otro negro sobre un negro diferente, otro vestigio sobre otra presencia. Más inquietante es aún ver nuestro reflejo en ellas, una imagen, débil y difusa sobre la inmensidad de ese Vacío absorbente, que parece hacernos la misma pregunta que el Emperador Wu hacía a Bodhidharma: ¿quién está ante mí? Nuestra respuesta podría ser idéntica: No lo sé. Una vez agotado todo, ¿qué queda? Sencillamente, la opción, obligada casi, de ir más allá.
Juan de Miguel Luengo
¿Quién eres silencio?
¿Quién eres silencio?
Yo que crecí dentro de un árbol
tendría mucho que decir,
pero aprendí tanto silencio
que tengo mucho que callar
y eso se conoce creciendo
sin otro goce que crecer,
sin más pasión que la substancia,
sin más acción que la inocencia,
y por dentro el tiempo dorado
hasta que la altura lo llama
para convertirlo en naranja.
Pablo Neruda
Entre la realidad y la ficción, la sombra y la luz, el amor y el odio… hay algo que nos hace dudar y no nos deja ver con claridad que es qué, es justo en esa situación de indecisión, de reflexión y de inflexión donde siempre está el silencio; es una sensación especial, diferente, de difícil definición pero que abarca en cada momento todas las emociones. El silencio ¿es un amigo, un compañero imaginario, real? o ¿solo es la ilusión de alguien que busca comprensión y compañía? Yo creo que el silencio es la base de cualquier pensamiento, es la respuesta de muchas dudas, es la fatiga de la tristeza, es el sueño de la inocencia, es la búsqueda de la verdad… Lloramos en silencio (aunque él nos hace preguntas), pensamos en silencio (si bien hablamos con él), reímos en silencio (a su lado), amamos en silencio (en su entrañable regazo), vivimos en silencio (cuando escapamos del tiempo), soñamos en silencio (lejos de la realidad), ¿por qué dicen y además se acepta sin más, que el silencio es la ausencia total de sonido? ¡si se manifiesta con nosotros de tantas formas, de tantos modos, si podemos mantener una y mil conversaciones con él, si es el factor fundamental de la comunicación!, porque sin silencio, no podríamos hablar. Hay que pensarlo dos veces ¿verdad? y, aun así, no acaba de ser aceptado como esa parte única, íntima, necesaria y vital que convive con todo ser humano. ¿Qué sería de nosotros sin silencio? no voy a decir que perderíamos el juicio (que quizás), pero sí que navegaríamos sin timón ¿y hacía donde iríamos en un barco sin timón? sencillamente hacia la nada, perdidos y sin rumbo ¿buscando qué? seguramente el silencio. Con todo, aun a pesar de la contundencia de este planteamiento, pasamos de puntillas alrededor del silencio, como si no existiera, como si no tuviera nada que ver con nosotros, como si fuera simplemente algo, en lo que no hay ni siquiera porqué pensar, total ¿para qué? porque ¿de qué sirve? y así, sin más, procesamos su ausencia dejándole sin espacio en nuestras vidas.
“Creo que el ser humano es algo más que física y química, somos también poesía. Creo que estamos aquí por algo y para algo y todo esto tiene una razón de ser. Tal vez esa razón de ser esté navegando entre los sueños que tenemos. No estamos aquí sólo para sobrevivir sino para soñar también”. [1] Somos poesía, como bien dice Luis Eduardo Aute, que viene a ser la écfrasis de cualquier epifanía, ello incluye al silencio, porque las palabras no se las lleva el viento… muy al contrario, permanecen por el mero hecho del permiso que el silencio las otorga para que vivan. Es por ello, que la poesía es la resulta de una perfecta combinación, que se puede materializar.
“Así como del fondo de la música/ brota una nota/ que mientras vibra crece y se/ adelgaza/ hasta que en otra música enmudece, / brota del fondo del silencio/ otro silencio, aguda torre, espada, / y sube y crece y nos suspende/ y mientras sube caen/ recuerdos, esperanzas, / las pequeñas mentiras y las grandes, / y queremos gritar y en la garganta/ se desvanece el grito:/ desembocamos al silencio/ en donde los silencios enmudecen”. (El silencio. Octavio Paz). Aquí, añadimos, esa parte de la vida vivida, que no se cuenta (sino a través del silencio) que son los recuerdos y las esperanzas. El silencio, viene a convertirse en el hilo conductor de la existencia, en una suerte de gracia que lo hace a la vez misterioso, inquietante, necesario, enigmático… es decir resulta ser el protagonista de prácticamente todo.
Y así, habiendo dado estos pequeños pasos (pero de gigante) llegamos a la obra de Antonio Navarro en su última exposición La textura del silencio.
Trabajador incansable, atrevido y como no osado y valiente (no podría ser de otra manera) se arroja, se precipita, se abalanza ante (bajo, contra, por …) el silencio. Llegados a este punto, diré que hay pocas cosas más complejas para ser tratadas que el silencio, y es precisamente por eso, que dado lo abstruso, intrincado y difícil de su materialización (sea en el soporte que sea), es fundamental para mi destacar su exquisita elegancia en el trato que utiliza para cada vez, acercarse más a él, al silencio.
Nuestro artista, posee una extrema sensibilidad que le permite muchas licencias, ella le da infinitas opciones para acercarse a él, acortando distancias y así mantener en una entente emocional unas piezas llenas de vida que respiran silencio, que emanan silencio, que evocan silencio; y lo hace a través de la reflexión, de la poesía, de la mística, incluso de la indolencia. Esta, le lleva a trabajar con la fusión del silencio y la fugacidad, dos elementos etéreos que en sus obras caminan de la mano. Entre el grabado al carborundo y la gráfica expandida podría enmarcarse este trabajo. Cada pieza es ella misma, con sus silencios, con sus propios poemas y sus sueños, con sus finitos e infinitos, con sus todos y sus nadas… solo se oye el ruido de las miradas, que las encadenan a la realidad, para llevarnos a la dicotomía de la permanencia o la fugacidad.
Su referente es eminentemente anímico, inmaterial, basado en el espíritu de un anacoreta; por eso no existe la representación figurativa en su trabajo ya que para Navarro, el silencio carece de forma alguna, es la abstracción la singular protagonista. Sin embargo, no se doblega ante su extraordinaria fuerza, es su interior el que aparece representado en sus piezas, sus paisajes íntimos, sus deseos soñados, sus emociones más profundas, tanto es así que se adentra en él, se deja poseer y ambos se adueñan el uno del otro en un perfecto acoplamiento místico y poético.
Las piezas penden sacralizadas, se dejan divinizar en un afán de asumir lo eminentemente inmaterial, lo que trasciende los abismos, lo que está más allá de la vida y de la muerte.
“Silencio antes de nacer, / silencio después de la muerte: / la vida no es más que/ ruido/ entre dos silencios insondables”. Isabel Allende
Pilar Escanero de Miguel
Profesora Universidad Miguel Hernández
La textura del silencio se presenta en cuatro exposiciones individuales, dos colectivas una de ellas internacional, dentro del marco del SIAC6, en el Museo de Guarda, Portugal.
Exposiciones individuales: Galería Recoletos, Jávea. Museo Pérez Comendador-Leroux, Hervás, Cáceres. Museo de Salamanca. Sala de Exposiciones Lonja del Pescado, Alicante.
Exposiciones colectivas: Poéticas de la abstracción, Espacio Abierto, Valladolid, Imagens Cruzadas/ Discursos plurais. Quarteiro Associativo, Guarda, Portugal en el marco del SIAC6 Simposio Internacional de Arte Contemporáneo, Museo de Guarda.
En 2022 el comité organizador del Simposio Internacional de Arte Contemporáneo de Guarda, SIAC6, invita a participar a Navarro como artista residente.
Dos publicaciones individuales.
La textura del Silencio. Museo de Salamanca, ISBN: 978-84-09-40053-9.
La textura del Silencio. Ayuntamiento de Alicante, ISBN: 978-84-09-47421-9
Papel de Sulfito sobre Okume. 300 x 300 x 10 cm.